fantasmas y los Andes
Atila y el espíritu del Río.
Freddy Céspedes Espinoza
Bolivia es un país atractivo para los fotógrafos de todo el mundo por su diversidad paisajística y antropológica, despertando interés a los profesionales de la fotografía para retratar un Aymara fornido, un Chimán semidesnudo o un wanayek del Chaco en el Pilcomayo.
El objetivo era claro, debíamos recorrer el país durante un mes, fotografiando a seres humanos que no hubieran tenido un contacto con lo Occidental, que hayan mantenido sus valores y conocimientos ancestrales impolutos, que su vestimenta sea de interés y los rostros también, puedan ser vendidos en una revista comercial a nivel mundial.
Es que la comercialización de la cultura y los rostros humanos y la globalización de los medios, han convertido a la fotografía en un buen negocio manejado por transnacionales a través de las diferentes revistas impresas y de las nuevas tecnologías.
Recorrimos el país, visitamos comunidades Aymaras alejadas, el común denominador, era que ya no utilizaban el poncho en su vestimenta, habían cambiado por la chamarra acompañada de una gorra deportiva NIKE.
Las mujeres hablaban por celular; es decir que ya no existía Aymaras hombres que guarden sus tradiciones y vestimentas, pero sí estaba latente el valor genético de su dureza somática y sus viejas organizaciones de comunidades y Ayllus. El Aymara dirigente de sus comunidades, se había convertido en líder político.
Ya no se podía tomar fotografías reales, sólo nos limitamos a decir; que la globalización había hecho estragos en las culturas; me dio la razón la realidad.
Estuvimos en El Altiplano, en los valles de Cochabamba y Sucre, en el Chaco, en Ibibobo, en Villamontes y terminábamos el trabajo en Arque, una población cochabambina a orillas del río del mismo nombre.
El nombre del fotógrafo de la National Geographic era Atila, hombre fornido y joven de unos cuarenta años, llevaba una barba rala y una larga cabellera que le caía sobre las espaldas que la controlaba mediante una cola.
Atila fotógrafo, era descendiente de Atila, el bárbaro de los Uhnos, que habían arrasado Europa. Procedía de la lejana Hungría, iba cámara en mano por los rincones más difíciles, hasta que llegó Semana Santa para la solemne misa en Arque; posteriormente, decidimos ir a explorar por el cañadón del río, en una interminable planicie de lodo seco y piedras centenarias que fueron arrastradas por los turbiones.
Las viejas rieles del ferrocarril estaban suspendidas por los aires, por debajo de ellas corría el río. Un pueblo hermoso con ceibos y flores, gente tranquila; fue uno de primeros pueblos fundados por el José Antonio de Sucre en 1827.
Subimos por el río una hora, Atila, su novia, el chofer Mario y yo hasta encontrar las mentadas aguas termales que nos recomendaron en el pueblo; disfrutamos por un largo momento.
Ya al retorno el cañadón comenzó a oscurecer más rápido que los cerros, donde todavía se podía ver un sol anaranjado.
Un viento helado corría suelto a través de la planicie del río formando pequeños tornados que aparecían y se esfumaban cuando ascendían unos cuantos metros.
Un viento helado recorrió mi espinazo, y decidí ir adelante, detrás Mario, Monika y Atila que se había retrasado; tal vez con ganas de estar solo, para ir al baño.
Así recorrimos 500 metros y ya casi caía la noche. De pronto oí gritar a una persona, era un grito de terror.
Seguí el paso, luego aceleré y por detrás mis acompañantes; Atila no aparecía, en fin nadie se perdería en un río y Arque estaba sólo a un kilómetro y las luces del pueblo, ya parpadeaban tímidas a las sombras de la noche.
Llegamos al Pueblo, pero Atila no aparecía, me entró una corazonada y decidimos volver al encuentro del barbudo. Pensé que tal vez lo habían asaltado por quitarle su cámara; así que aceleré el paso y mis cabellos se erizaron al escuchar nuevamente un grito de terror, luego otro, y otro….Estaban matando a Atila.
Oí voces, jadeos gritos y más gritos, corrí armado de una inmensa piedra en la mano, era el instinto más primitivo de defensa que llevamos en el inconsciente colectivo los hombres. Corrí y al dar la vuelta a una vieja casa que el río se había llevado, vi a Atila ensangrentado gritando y peleando con la sombras. Tomó su cuchillo y al intentar dar un último golpe se había herido el brazo.
¡ Atila, Atila grité! Mónika venía por detrás sollozando desesperadamente. De pronto paré en seco, Atila me miró, hizo el ademán de atacarme y cayó desmayado al piso.
Corrí y lo desarmé. Ya pasó, ya pasó le dije y comenzó a lagrimear como un indefenso niño.
¿ Qué pasó Atila?, despierta, reacciona Atila que pasó, estás herido.
-Quiso pararse y se lo impedí con todas mis fuerzas. Me dijo: - están allí, allí, ves, son los dos militares que quisieron matarme. ¿ Dónde?. ¡ Allí allí. se están alejando con sus chamarras los militares. Los militares
No hay nada Atila, están allá y nos miran me contestó tembloroso.
¡Están allá musitaba, están allá, están allá repetía mientras caminaba apoyado en mí brazo, como si estuviese completamente borracho. ¡ Están…..
Recorrimos unos doscientos metros, y nuevamente un extraño frío recorrió mi cuerpo, Atila ya algo más tranquilo me dijo, ya no están, ya no están; se fueron.
Di la última mirada y con espanto descubrí una gran cruz de madera en las márgenes del Rio. Era el lugar donde cayó el helicóptero del ex presidente de Bolivia René Barrientos Ortuño en 1969.
!Atila nunca más volvió a Bolivia!
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